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ELPROYECTO

A través de un texto poético o una obra visual, 37 canciones de Madonna fueron reinterpretadas por un grupo de poetas y artistas visuales. 
El resultado de esta convocatoria, es el libro "Reinvención", de edición artesanal y súper limitada, que recoge el trabajo de los participantes.
La selección musical estuvo a cargo de Alejandro Parrilla, las tapas originales de Norberto José Martinez, y prólogo de Marina Mariasch. Edición a cargo de Laura Mazzini, Germán Weissi y Alejandro Parrilla.

 

 

ReInvención fue presentado en Marzo de 2013 en La Casona Iluminada

 

 

El libro consiste en una tirada artesanal de 100 ejemplares numerados a mano. Las últimas copias pueden conseguirse en A Cien Metros De La Orilla , Librería Mi Casa y Cuatro Gatos

 
Tapas a cargo de Norberto José Martínez
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Prólogo de Marina Mariasch
 
CANCIÓN DE CUNA PARA MADONNA LOUISE VERONICA CICCONE 

por Marina Mariasch
 

 Una vez una chica llegó a New York con 35 dólares en el bolsillo y se convirtió en Madonna, el imperio, el ícono, el museo bailable, el robot. Yo me arrodillo y le beso lo que quiera. No porque se haya hecho millonaria, es una más de las elegidas para cumplir con el sueño americano del self made. Sino porque es una mujer tractor que llegó a la luna y se convirtió en estrella, y en el camino no se convirtió en varón.

 Se convirtió en ídola –tuerzo el lenguaje para que flexione en femenino, ya es hora, ¿no?– de las mujeres con corazón combativo y del movimiento queer porque ella flota en los umbrales de la definición sexual, en los márgenes de la sociedad patriarcal. Madonna no fue la primera, pero fue la de nuestra época: concretó la utopía de hacer lo que se le canta. Eso incluía usar símbolos religiosos completamente resignificados por el contexto, tener sexo con poca ropa delante de miles de personas, ser pop sin ser idiota, reivindicar los derechos de la mujer sin dejar de ser femenina.

 Durante años, mientras bailaba con mis amigas frente al espejo haciendo tiempo para ir a la disco, pensaba en esta frase: "But I made up my mind, oh I'm gonna keep my baby" [ya lo decidí, voy a tener a mi bebé]. Esa frase me hacía ruido. ¿No era al revés? ¿No tenía que defender el derecho a no tener el bebé, a abortar? Me parecía la batalla más lógica, más directa. Aunque en casi todos los Estados Unidos el aborto ya estaba permitido, me parecía que en una familia católica como la de ella ("Papa Don't Preach") era un tabú que ella debía reivindicar. Pero ella buscaba otra cosa: en la canción, de 1986, defiende el derecho a la potestad sobre su cuerpo y a ser una madre soltera, a subvertir el modelo de familia tradicional.
 De su vida privada no sé mucho más que lo que sale en las revistas o en los especiales de E! Sólo puedo acceder a través de sus signos y guiños. Creo que Madonna nunca asumió una bandera radical ni tradicional sino que navegó por distintos modelos de vida.  No sabemos si es lesbiana, pero apretó con Britney, se casó con Sean Penn, fue madre soltera, después se casó con Guy Ritchie, tuvo hijos y adoptó otros, fue y vino entre el cuerpo femenino y la musculatura masculina, de Pilates a los pesos libres y viceversa. En el camino del amor, fue una de nosotras, las mujeres de esta época, la del puente que va de la orilla del siglo xx a la del xxi. Y ese puente es un arco que sube y baja entre el deseo de la pareja, la maternidad, la familia, y las experiencias alternas y diversas, y la independencia total. Es un sistema no resuelto, un vaivén. Una ambigüedad que también es política, y quizás esa constante flotación entre un extremo y otro esté representada por su épica peronista en Evita. Una política del zig zag entre lo radical y el conservadurismo.

 A la luz de los años podemos verlo. Por eso hablo en pasado. Si no, Madonna es la ¿persona? menos adecuada para referirse en pasado. Madonna -cyborg, androide, humano- no se articula en esa dimensión del tiempo como nostalgia, se pone al día, su época es esta, mientras esté viva. La juventud es una circunstancia, no necesariamente un valor, y ella supo sacarle brillo a la experiencia como Anna Magnani a sus arrugas. Ahora la veo bailando ahí, en un escenario enorme, con la música que se usa, entre unxs negrxs tremendxs, toda chiquita, como una rana, y veo su poder y su potencia, pero también la veo llorando en la cama porque el amor se termina, por el mambo con el padre, porque se zarpó con una amiga.

 Pero este libro no es de ella. Es de un grupo de poetas y artistas plásticos, de las cosas que pensamos cuando escuchamos Madonna –toda la vida– en el inglés rústico que nos llega a través de los sonidos acuosos o metálicos de sus canciones, en la fonética que transformamos en lo que nosotras queremos: jugar a ser chicas malas aunque en realidad somos chicas buenas -o al revés-, en realidad no soy lo que pensás, el tema de las oportunidades, chequea su telefonito, qué pasó? me excedí?, voy a correr como un perro, ¿cuántas veces se puede romper una mujer?, qué rico cocinabas, el cuadro me miraba, ¿en la chimenea sale el fuego, pa?, ay, no tengo intimidad, mis ex novios no entienden, me dicen que soy dura en el buen sentido, amo? macho?, en un rincón pedí maquillaje, ¿te llamo o te bloqueo?, el pop descubrió al under, eternamente tóxica como una bolsa de nylon.

 El mayor poder de Madonna, igualmente, no es ideológico ni político. Su secreto lo conocen mejor que nadie los DJs: un tema suyo no falla a la hora de levantar la fiesta. La música junta a las personas. Cuando suena Madonna en cualquier parte, un antro o un palacio, en una unidad básica de la Cámpora, del Pro o del Peronismo Federal, con o sin ironía, ella nos tiene a todas en el medio de la pista bailando juntas, sintiendo que –como ella– somos muestras propias jefas, y están pasando nuestra canción.

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